Marchito en flor
(Confesiones de invierno)
por Emilio Luzbel
Tratando de dormir.
Pensando.
Escribiendo.
Culpando a la suerte. La que te trajo a mí. La que me llevó a vos.
Cansándome de culpar a la suerte. Planteándome cambiar. ¿Cambiar qué? ¿Cambiar cómo? Cambiar. Esa palabra hueca de telenovela. Las personas no cambian, se consumen.
Consumiéndome en lamentos y autocompasión. Incapaz de reconocer que lo disfruto. Hasta el asco, y luego las lágrimas. Me lo impongo.
Imponiéndome el dolor. Aprender del dolor, escribirlo, mostrarlo; armar un circo con él.
Pasen y vean mi dolor. Tóquenlo, péguenle, háganle el amor con lástima. Ríanse de él. Olvídenlo. Olvídenme.
Olvidándote. Escuchando con oídos sordos los consejos vacíos que ya sé de memoria. Nadie es especial. Y nadie lo es más de una noche (correme esa boca de otros), yo menos que los demás (que a otras me iré a besar). El amor es moneda devaluada, y dura menos que un fin de semana.
Sumándome a las filas de este juego de la sexualidad. Consolándome con la consumición que me dieron por pagar con mi cuerpo la entrada. Tratando de no sentirme y parecer tan raro. De no quedarme quieto. Tengo que bailar, y guiñarte un ojo al pasar, y tomar, y tomar, y tomar.
Hasta sentir que este es mi lugar, y permitirme disfrutar. Disfrutar siendo yo o aquel. El que escribe y el que vive. Y el que se consume y se muere. Y aprende de la muerte. Y revive…
…escribiendo.
Soñando.
Durmiendo.
19 de junio de 2007
1 comentario:
EXPERIMENTAL y ENTRETENIDO
Me encanta porque tiene una ambivalencia rara y particular. Puedo leerla con dos sentidos diferentes pero con algo en común: el amor hacia algo o alguien.
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