Monologo en el Cementerio Puzzio
Sus pasos avanzan callados en el silencio del Cementerio Puzzio, cuyo silencio solamente se ve alterado por el viento de la noche, y por su respiración.
Ya no distingue si llora o no. Pero la leve brisa se hace mas fría en la humedad de su cara.
Si, llora... pero, ¿acaso importa eso ya? Solo se muestra débil ante su conciencia. Solo apela a las lagrimas cuando de ella se trata...
De ella, de ese nombre; el que se ha visto iluminado en el epitafio a la luz del encendedor, de acaso su ultimo cigarrillo.
Las lagrimas en sus ojos aumentan con el humo del tabaco, y comienza a fundirse con la natural sinfonia de la noche un quejido suave, cada vez mas doloroso, que repite ese nombre...
Ese nombre grabado en su sangre, ese nombre sangrado en su memoria. Ese nombre grabado en la fria piedra de la tumba: Estefania.
El hermoso joven conserva la belleza en la fisonomía, la distinción en el semblante. Sin embargo una grieta surca su corazon, dejando en evidencia su pertenencia a esa clase de hombres que tras la desgracia mas nunca pueden volver a alzar una sonrisa verdadera.
El quejido se hace eterno. Resuena casi como una plegaria en la inmensidad de aquel campo hermoso tan regado de lagrimas. Su voz se confunde entre las lagrimas y finalmente se ahoga.
Calla. Toma fuerzas. Limpia sus lagrimas en su oprimido pecho, y vuelve a contemplar...
-Estefania- dice - Aquí estas. Aquí yaces descansando, pedazo de mi corazon que nunca me pertenecio. Aquí duermes, angel caido del cielo que no me fue prometido,- mira hacia el cielo con resignacion y confiesa- y por el que sin embargo luche encarnizadamente.-
Sus ojos ya idos no buscan mas las lagrimas para refugiarse. Traga el humo con la garganta ya fatigada y se vuelve a enfrentar a la tierra que metros abajo guarda a su amor.
-Desde que vi brillar por vez primera tus ojos jure ante Dios que viviria por ti. Que tus sonrisas serian las mias, y que tus ofensores serian los mios y caerian bajo el peso de la venganza de mi amor y mi celo. Mas esta vez quien te lastimo hasta arrancarte el ultimo aliento, he sido, aunque sin habermelo propuesto, yo.
-Por lo tanto aunque no tenga que compadecer ante ninguna ley de los hombres, que tan poco conoce de las cuestiones del amor, vengo a comparecer por ti antes los ojos de quien pronuncie mi juramento, y ante el unico que conociendo mi pecado y el honor de mi corazon, esta presto a ver cumplida mi palabra. Solo a El debo la vida, y a ti la felicidad Estefania. Y es preciso que habiendo faltado a mi amor con vos, no pague con ingratitud a mi Creador la oportunidad que me da de haber vivido y poder morir por vos.
-La palabra de un hombre es sagrada, y considerandome hombre he venido a cumplirla. Parto ahora entonces, y pongo mi fe en Dios de que no teniendo deudas con el, su mano me alzara al Cielo y podre ver tus ojos una vez mas, como aquella primera vez.-
Un acero surgido de entre las ropas del joven resplandecio como con vida propia, y espero atento al llamado de hacer justicia para el que habia sido preparado y afilado esa noche.
-Aquí renuevo mi juramento de amarte aun mas alla de la eternidad. Estefania: aquí te digo adios, esperando que alli donde el tiempo no transcurre siga buscando tu voz mi oido, tus ojos mi mirada, y tu corazon el mio.-
El acero se alzo en la noche lentamente hasta quedar por encima de la cabeza del joven.
-Aquí renuevo mi juramento, y espero que tu alma lo oiga, pues esta vez es pronunciado con sangre.-
El cuerpo cayo pesadamente sobre el césped que se tiñe ya de rojo. Solo alcanzo el aire en sus pulmones para arrastrarse hasta la tumba y abrazarse a ella.
Lejos de la escena en el Cementerio Puzzio, la condesa Lorant de Dantes, viuda y responsable de tres hijos varones, desayunaba aquella mañana del 27 de marzo.
Se habia levantado inclusive mas temprano que el servicio para poder prepararse con antelación debido al gran suceso que sacudiria la casa de Dantes, y a Lumumba en general: el regreso del vizconde Esteban Dantes al hogar, luego de su primera campaña militar.
Afortunadamente, o quizas no tanto, la condesa de Dantes ya se encontraba lista cuando en vez de su adorado hijo tuvo que recibir en su casa a la policia.
Lo unico que alcanzo a pensar fue que traian nuevas noticias sobre el caso del misterioso asesinato del conde Gabriel Dantes, su esposo, muerto hacia 5 años, y por el cual ya habian sido sentenciados 3 hombres, sin haber logrado encontrar realmente al culpable. La realidad que le esperaba era aun mas cruel, y se presentaba en forma de carta.
26 de Marzo
A quien tenga la bondad de ejecutar mi ultima voluntad:
Soy el vizconde Esteban Dantes, lo cual podran comprobar por mi anillo, regalo hecho por mi padre a los 16 años, y que cualquier miembro de mi familia o la realeza podran reconocer, ya que tiene grabado el escudo de la familia Dantes, asi como mis iniciales.
Mi notario ha recibido ya instrucciones para la creación de un fondo personal, excento de la economia familiar, para cumplir esta, mi ultima voluntad.
No dejo deudas ni grandes ganancias personales, y aquellos bienes y fortunas que herede de mi padre, el conde, deben ser entregados a mi madre, la señora Lorant, condesa de Dantes, quien sabra darles buen uso para beneficio de ella y mis hermanos.
El fondo que anteriormente nombre esta destinado a comprar una parcela en el Cementerio Puzzio al lado de la tumba de Estefania Moran, vizcondesa de Tulez, dueña de mi corazon.
Muero bajo mis propias manos, y quienes mueren desangradas son mis venas, mas no mi corazon, que palpita mas lleno de vida y felicidad que nunca.
Vizconde Esteban Lorant de Dantés
La condesa se desvanecio sobre los brazos de policias que intentaban socorrerla en ese momento de desesperacion.
Pudo volver a mantenerse parada, mas nunca volvio a hablar. Solo emitio una frase cada 26 de marzo hasta su muerte:
“Esteban, hijo mio, tenia un corazon tan grande que solo podria haber muerto de amor”.
La fiesta que se preparaba aquel 27 de marzo en la mansión Dantes se vistio rapidamente de negro ante la sorpresa de todos.
Lumumba se lleno rapidamente de rumores de conspiraciones, asesinatos e inclusive de una maldiciones que pesaba sobre los Dantes. Sin embargo la condesa tenia razon, habia muerto de amor, como el hombre mas feliz del mundo.
Ya no distingue si llora o no. Pero la leve brisa se hace mas fría en la humedad de su cara.
Si, llora... pero, ¿acaso importa eso ya? Solo se muestra débil ante su conciencia. Solo apela a las lagrimas cuando de ella se trata...
De ella, de ese nombre; el que se ha visto iluminado en el epitafio a la luz del encendedor, de acaso su ultimo cigarrillo.
Las lagrimas en sus ojos aumentan con el humo del tabaco, y comienza a fundirse con la natural sinfonia de la noche un quejido suave, cada vez mas doloroso, que repite ese nombre...
Ese nombre grabado en su sangre, ese nombre sangrado en su memoria. Ese nombre grabado en la fria piedra de la tumba: Estefania.
El hermoso joven conserva la belleza en la fisonomía, la distinción en el semblante. Sin embargo una grieta surca su corazon, dejando en evidencia su pertenencia a esa clase de hombres que tras la desgracia mas nunca pueden volver a alzar una sonrisa verdadera.
El quejido se hace eterno. Resuena casi como una plegaria en la inmensidad de aquel campo hermoso tan regado de lagrimas. Su voz se confunde entre las lagrimas y finalmente se ahoga.
Calla. Toma fuerzas. Limpia sus lagrimas en su oprimido pecho, y vuelve a contemplar...
-Estefania- dice - Aquí estas. Aquí yaces descansando, pedazo de mi corazon que nunca me pertenecio. Aquí duermes, angel caido del cielo que no me fue prometido,- mira hacia el cielo con resignacion y confiesa- y por el que sin embargo luche encarnizadamente.-
Sus ojos ya idos no buscan mas las lagrimas para refugiarse. Traga el humo con la garganta ya fatigada y se vuelve a enfrentar a la tierra que metros abajo guarda a su amor.
-Desde que vi brillar por vez primera tus ojos jure ante Dios que viviria por ti. Que tus sonrisas serian las mias, y que tus ofensores serian los mios y caerian bajo el peso de la venganza de mi amor y mi celo. Mas esta vez quien te lastimo hasta arrancarte el ultimo aliento, he sido, aunque sin habermelo propuesto, yo.
-Por lo tanto aunque no tenga que compadecer ante ninguna ley de los hombres, que tan poco conoce de las cuestiones del amor, vengo a comparecer por ti antes los ojos de quien pronuncie mi juramento, y ante el unico que conociendo mi pecado y el honor de mi corazon, esta presto a ver cumplida mi palabra. Solo a El debo la vida, y a ti la felicidad Estefania. Y es preciso que habiendo faltado a mi amor con vos, no pague con ingratitud a mi Creador la oportunidad que me da de haber vivido y poder morir por vos.
-La palabra de un hombre es sagrada, y considerandome hombre he venido a cumplirla. Parto ahora entonces, y pongo mi fe en Dios de que no teniendo deudas con el, su mano me alzara al Cielo y podre ver tus ojos una vez mas, como aquella primera vez.-
Un acero surgido de entre las ropas del joven resplandecio como con vida propia, y espero atento al llamado de hacer justicia para el que habia sido preparado y afilado esa noche.
-Aquí renuevo mi juramento de amarte aun mas alla de la eternidad. Estefania: aquí te digo adios, esperando que alli donde el tiempo no transcurre siga buscando tu voz mi oido, tus ojos mi mirada, y tu corazon el mio.-
El acero se alzo en la noche lentamente hasta quedar por encima de la cabeza del joven.
-Aquí renuevo mi juramento, y espero que tu alma lo oiga, pues esta vez es pronunciado con sangre.-
El cuerpo cayo pesadamente sobre el césped que se tiñe ya de rojo. Solo alcanzo el aire en sus pulmones para arrastrarse hasta la tumba y abrazarse a ella.
Lejos de la escena en el Cementerio Puzzio, la condesa Lorant de Dantes, viuda y responsable de tres hijos varones, desayunaba aquella mañana del 27 de marzo.
Se habia levantado inclusive mas temprano que el servicio para poder prepararse con antelación debido al gran suceso que sacudiria la casa de Dantes, y a Lumumba en general: el regreso del vizconde Esteban Dantes al hogar, luego de su primera campaña militar.
Afortunadamente, o quizas no tanto, la condesa de Dantes ya se encontraba lista cuando en vez de su adorado hijo tuvo que recibir en su casa a la policia.
Lo unico que alcanzo a pensar fue que traian nuevas noticias sobre el caso del misterioso asesinato del conde Gabriel Dantes, su esposo, muerto hacia 5 años, y por el cual ya habian sido sentenciados 3 hombres, sin haber logrado encontrar realmente al culpable. La realidad que le esperaba era aun mas cruel, y se presentaba en forma de carta.
26 de Marzo
A quien tenga la bondad de ejecutar mi ultima voluntad:
Soy el vizconde Esteban Dantes, lo cual podran comprobar por mi anillo, regalo hecho por mi padre a los 16 años, y que cualquier miembro de mi familia o la realeza podran reconocer, ya que tiene grabado el escudo de la familia Dantes, asi como mis iniciales.
Mi notario ha recibido ya instrucciones para la creación de un fondo personal, excento de la economia familiar, para cumplir esta, mi ultima voluntad.
No dejo deudas ni grandes ganancias personales, y aquellos bienes y fortunas que herede de mi padre, el conde, deben ser entregados a mi madre, la señora Lorant, condesa de Dantes, quien sabra darles buen uso para beneficio de ella y mis hermanos.
El fondo que anteriormente nombre esta destinado a comprar una parcela en el Cementerio Puzzio al lado de la tumba de Estefania Moran, vizcondesa de Tulez, dueña de mi corazon.
Muero bajo mis propias manos, y quienes mueren desangradas son mis venas, mas no mi corazon, que palpita mas lleno de vida y felicidad que nunca.
Vizconde Esteban Lorant de Dantés
La condesa se desvanecio sobre los brazos de policias que intentaban socorrerla en ese momento de desesperacion.
Pudo volver a mantenerse parada, mas nunca volvio a hablar. Solo emitio una frase cada 26 de marzo hasta su muerte:
“Esteban, hijo mio, tenia un corazon tan grande que solo podria haber muerto de amor”.
La fiesta que se preparaba aquel 27 de marzo en la mansión Dantes se vistio rapidamente de negro ante la sorpresa de todos.
Lumumba se lleno rapidamente de rumores de conspiraciones, asesinatos e inclusive de una maldiciones que pesaba sobre los Dantes. Sin embargo la condesa tenia razon, habia muerto de amor, como el hombre mas feliz del mundo.
Esteban M. Landucci (14/02/05)
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