14 de noviembre de 2005

(#38) La Resistencia

Un cuento nuevo, de ficción. Lo hice para la facultad, pero me dieron ganas de publicarlo acá tambien, porque hace rato que no ponía nada. A ver si les gusta...

La Resistencia

Todos los chicos del barrio habían escuchado alguna vez hablar de La Resistencia. Pero claro, pensaban que era una organización que había dejado de existir hace mucho tiempo. Una especie de gente demente que aprovechaba cuando todos se iban a la cancha para reunirse, mate de por medio, y hablar de cosas que no fueran fútbol.
¿A quién podría ocurrírsele algo así? Yo había escuchado algo en la escuela, pero cuando me lo contaron bien, no lo podía creer. La versión oficial, la que aparecía en los libros de la escuela, era la misma que se sigue enseñando hoy: que esos grupos a los que no le interesaba el fútbol podrían haber sido culturas indígenas muy primitivas de algunas regiones muy alejadas, allá en las montañas asiáticas.

- Si, claro... ¡Y Maradona no existió tampoco, ¿Eh?! -Exclamó, y las risas de sus compañeros sonaron vacías de alegría; llenas de amargura e ironía.- Ay ay ay... -hizo un breve parate y bebió de un vaso alargado de material transparente, que yo jamás había visto-. Es increíble como en tan poco tiempo lograron una revolución tan profunda.

Me miró, y me di cuenta que tenía muchas cosas para decir, pero tal vez era demasiado pronto. Era increíble el respeto que emanaba de su figura. Imagínense, todo un prócer de las canchas, que había batallado en todas las tribunas del país, y había llevado a su hinchada a medirse en las más altas latitudes futbolísticas. Un verdadero barrabrava, como decían nuestros antepasados.
Tenía, aparte, un bríllo en los ojos, que era lo único que podía advertirse en su cara cuando se hablaba con él, siempre oculto entre las sombras.
Esa sombra que nublaba su perfil, y ocultaba su mueca de amargura; esa sombra, me hizo sentir que lo que iba a escuchar iba a ser un chori difícil de pasar.

Se acomodó en la vieja platea, que según contaban los mas viejos del barrio, había pasado de generación en generación en su familia, legado de su tatarabuelo, que la había robado en el último Racing-Independiente jugado en el viejo Cilindro de Avellaneda, que quedaba allá en la Av. Mitre. Se sentó como si nada en aquella reliquia histórica, y se dispuso a largarlo todo de una buena vez.

Miren, chicos: cuando yo tenía su edad, mis antecesores me agarraron una noche como esta, y me invitaron a comer un asado rico como el que nos comimos recién. ¡Bah! En realidad la carne en esa época era otra cosa, pero bueno...

Lo importante es que esa noche me fueron reveladas muchas cuestiones que ahora ustedes deben conocer. Estamos tan idiotamente acostumbrados a la realidad que nos imponen, que no queremos ni tomarnos el trabajo de pensar, pero las cosas antes eran muy distintas a ahora.

Desde tiempos muy remotos el hombre se preguntaba sobre sus orígenes, su relación con el mundo, con sus semejantes, y muchísimas otras cosas que hoy nos parecen utópicas, o simplemente inútiles. Este grupo de personas se hacían llamar filósofos, y creían que la humanidad solo podía salvarse de su autodestrucción mediante el razonamiento. Sin embargo no agredían al sistema que los sometía. Solo se burlaban de él.

Vivieron durante muchísimos años, hasta que poco a poco la situación empezó a cambiar. El sistema dejó de ser tolerante con ellos, porque la sed de poder no permitía la existencia de mentes que no hicieran del consumo el eje de sus vidas. De repente ya no se los veía por la calle. Se dieron cuenta que La Resistencia tendría que abandonar su presencia física y volverse una red de mentes invisibles. Así se mantuvieron ocultos durante muchísimos años. Personas normales, como vos y yo, colgadas en el mismo paravalancha, cantando las mismas canciones, agitando los mismos trapos, transpirando la misma camiseta. Mantuvieron viva su lucha de generación en generación, y nunca dejaron morir lo que la memoria de sus antepasados les enseñó. Y la historia ha llegado viva hasta estos días; estamos en los albores de una nueva revolución; una que traiga al mundo paz y equilibrio. Y para entender todo lo que va a venir, es necesario que conozcan lo que pasó.

El fútbol era antes un simple deporte -al ver mi cara de desconcierto, rebobinó- Quiero decir, una atracción. Una distracción a los otros problemas que en ese momento había. Las sociedades primitivas estaban regladas por tres poderes, llamados Legislativo, Ejecutivo, y Judicial, o por lo menos acá. Se cree que en otros países había otras formas. Cada uno cumplía una función en relación a las necesidades que la gente sentía. También tenían cosas inmateriales que manejaban su vida, productos de la misma mente humana, como la política, la economía. Eran cosas fascinantes, que cuando uno comienza a comprenderlas, dá la sensación de ser mucho más avanzadas que los elementos de nuestra sociedad, que se rige por quién mete mas gente, quién le roba mas trapos a quién, qué equipo obtiene mas campeonatos, etc. Lo que cabe preguntarse es ¿por qué si son mas avanzadas están extintas? Pero... -hizo un gesto de “todo es posible”, y prosiguió- Bue, que sé yo... En definitiva, lo que sucedió fue que esta gente, políticos, economistas, etc., que manejaban al mundo a través de organizaciones y números, un buen día se dieron cuenta que la pasión del fútbol podía producir aún mas poder que la política, o la economía, y comenzaron un proceso muy lento pero que dió los frutos que hoy vemos.

Los hombres comúnes, que nunca se habían preocupado por cuestionarse las cosas preestablecidas, ni siquiera notaron cómo lentamente las cosas se iban gestando.
Disturbios en los clásicos santafecinos, alguna que otra muerte en Bahía Blanca, pingüinos en el parque Independencia, miles de rosarinos que decidieron tirar al mismo tiempo sus viejos parlantes, y todos en Arroyito. La situación era tensa, y el fútbol, a pesar de la violencia, cada año generaba mas plata, mas gente, y más poder. Los jugadores habían sido recluidos en barrios privados, y ya no podían salir a la calle.

El fanatismo era tan grande, el amor por la camiseta tan exagerado, que en un programa muy popular en aquella época, una vez anunciaron que pagarían $50 a quienes mandaran dos fotos; una con la camiseta de su equipo, y otra con la de su clásico rival. Solamente aquella gente que no le gustaba el fútbol, o no eran fieles a sus colores, cumplieron con la premisa; y fueron muy pocos.

Ese fue el punto de quiebre. Nadie lo sospechaba, pero atrás del concurso se escondía un estudio sociológico. La lista de gente que envió la carta con sus datos, fue utilizada secretamente por las llamadas por nosotros “Fuerzas del Olvido” para exterminar a quienes no clasificaban en la definición de masa. Fueron muy pocas las mentes que se abstuvieron de ganar ese dinero tan fácil. Algunos porque olieron la peste a engaño que se ocultaba en la cara sonriente del conductor del programa, y otros porque simplemente estaban tan autoexcluidos mentalmente del fútbol que ni siquiera la jugosa recompensa les importó. Uno de esos pocos fue familiar mío, y estuvo ahí, hace casi mil años. Vivió todo aquél proceso social transitorio y solamente se dió cuenta de lo que estaba pasando cuando estaba besando la seda de la muerte.
En su último año, escribió sobre todo lo que había vivido en su juventud, y cómo todo eso fue cambiando, y preparó a sus descendientes para que escribieran la continuación de ese proceso evolutivo. Así, de a poco, consultando la cada vez mayor cantidad de bibliografías, se llegó a la conclusión del juego de poder y ambición en el que hemos sido sometidos. Afortunadamente, cuando en determinado tiempo empezaron a sospechar que esto era posible, que hubiéramos sido despojados de nuestro razonamiento para quedar en esta guerra de clubes, equipos, hinchadas, y jugadores que valen cifras de nueve ceros, se comenzó a contactar a personas en igual situación de oposición al orden establecido. Así surgió, de entre todos los países del mundo, La Nueva Resistencia.

Ahora sabemos de manera certera cómo eran las cosas mil años antes, puesto que desde que empezamos a compartir los diferentes documentos testimoniales, fuimos llenando los huecos que no teníamos en el rompecabezas de la historia. Sabemos, por ejemplo, porque se han encontrado, que las personas vivían sujetas a leyes para evitar peleas. Algo completamente impensado en el día de hoy. Las peleas, hoy en día, conforman un 30% de los ingresos de las Comisiones Directivas.

La Resistencia cree fielmente en que el hombre era superior y libre de verdad, y que ha sido convertido en este animal cuya única libertad conoce es la de elegir tal o cuál equipo. No podemos vivir mas en esta guerra, no es nuestra naturaleza, sino no la estaríamos cuestionando.

Por primera vez desde el último trago al vaso alargado, calló completamente. El silencio se hizo largo, pero cargado de una energía muy latente. Jamás había sentido a mi cabeza tan... transitada.
Poggi dejó el extraño artefacto para beber sobre la mesa, y se levantó. Caminó lentamente, descontracturándose, como después de esos largos viajes para ir a jugar de visitante con Gimnasia y Esgrima de Jujuy, y se perdió en uno de los pliegues de la casa. Regresó apenas unos segundos después con un montón de libros roídos por el tiempo para certificar todo lo que nos había contado en esos minutos en que toda la realidad como yo la conocía, quedó destruida.

Después de mostrarnos y explicarnos algunas de las cosas que veíamos en los libros, nos miró, y, ya con menos energía, pero la misma convicción, dijo:

Ustedes son, como todos, el mañana. Pero los demás no son tanto el ayer como ustedes. Está entonces en sus manos el poder de liberar las mentes y restituir el poder a las fuerzas del razonamiento. La tarea no es fácil, pero demasiados hombres dedicaron sus vidas a ella como para que nueva sangre se niegue a derramarse en nombre de las verdaderas virtudes humanas. Entonces, como en mi infancia me preguntaron en una noche como esta, con un asado como este, yo les pregunto a ustedes: ¿Qué decidirán? ¿La Resistencia, o la frágil supervivencia?

Dicho esto, sirvió un poco mas de aquella bebida dorada y espumante en un vaso idéntico al que él utilizaba, y me lo tendió. ¿Qué es eso?, pregunté.
Estas son copas, dijo, tomando una. Y lo que está adentro es una vieja bebida que nuestros antepasados utilizaban para celebrar en ocasiones especiales. Es, además, un símbolo del poder -cuando dijo esto, miró rápidamente de reojo para ver mi reacción. Al ver que mis gestos no eran de complicidad, prosiguió:- Del poder del razonamiento quiero decir. Entonces, hermanos, ¿se consideran hijos de La Resistencia?

Como por instinto, acerqué mi copa a la de él, y brindamos juntos. El sonido armónico que desprendió el choque entre ellas me sonó a importancia. Dimos los dos un gran trago, vaciando nuestras copas, y cuando las dejamos de nuevo en la mesa, volví a preguntar. ¿Cómo me dijiste que se llamaba esa bebida?

- Champán. La bebida del capitalismo.

Lo miré entrañado y al mismo tiempo en que comencé a decir: - ¿Capital...? Se apuró y me contestó: - Nada nada, muchachos, eso se los explicaremos cuando estén listos.-

Esteban M. Landucci (14/11/05)

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