Desayuno Americano
Con el permiso y consentimiento de los presentes, Sr. Salero, queridos Cuchillo y Tenedor, quisiera pronunciar algunas palabras para hacer justicia a este memorable momento. -Tomó el vaso lleno de límpida agua, y se paró, mirando hacia el público.- Y quizás tomarme el atrevimiento de recordar a mi santa madre -continuó-, quien motivó la preparación de este huevo frito con el simple gesto de dejar dos pedazos de buen pan de hoy antes de ir a almorzar al club. -Sus ojos brillaron, claramente afectados- Brindo entonces primero por mi madre, a quien en el fondo no le gusta que yo me saltée los almuerzos de familia de los domingos, pero menos aún que ni siquiera me alimente.- Miró al salero, y a los cubiertos y asintiendo con la cabeza, agregó: ¡Salúd!-
También quisiera dedicar este grato momento al pollito que, ¡aún habiendo podido nacer, vivir y ser asado, tuvo el coraje que otros en su lugar no han tenido, y se fritó en la suya! Jamás traicionó sus orígenes, y se mantuvo huevo, y para eso, mis queridos amigos... Señores Salero, Cuchillo y Tenedor, para eso hay que tener mucha yema. -Alzó nuevamente la copa, y exclamó: Salúd para quienes eligen ser un huevo antes que vivir ilusionados como pollos.
En ese instante el dolor que había dado vueltas en su cabeza desde que despertó, volvió a tomarlo desprevenido, y cerrando brevemente los ojos, continuó:
Ah... Y cómo podría olvidarme en este domingo de resaca de mis amigos, quienes me acompañaron desinteresadamente en la ingesta de variadas bebidas, que conforman hoy un cóctel por demás particular en mi interior, y cuyo frágil equilibrio está por verse destruido por este huevo que aquí yace, delante mío en este pequeño plato, sonriente como un sol, con sal y pimienta, que muy humildemente podría ser catalogado de "gourmético". -No pudo evitar que una sonrisa de orgullo alegrara su semblante.
No podría olvidarme de aquellos que me quieren como soy y no me juzgarían ni aunque quisiera comerme un huevo frito un domingo de extenuantes temperaturas como este, a las tres y media de la tarde. -Izó nuevamente la cristalina agua fría y siguió- Sin todos ellos nada de lo que fue hubiera sido, nada de esto sería como es, y nada será como va a ser. Dicho esto, inclinó la cabeza en gesto de reverencia, y remató: A su salud, queridos amigos.
Sentóse el joven en la mesa de la calurosa cocina, y diciendo "Después de usted, Sr. Pan", partió un pedazo de este y lo empapó en el mar de colesterol. Continuó devorando el sol de la misma manera durante un breve momento. Luego, tomó en sus manos los cubiertos y prosiguió con la clara del huevo, hasta que ya no quedó nada.
Habiendo terminado renovó su discurso diciendo que su tarea en el arte del cocinar y del comer ya habían sido cumplidas, pero otra entrega de premios precisaba de sus dotes como orador, esta vez en el baño.
Se paró, y saludando respetuosamente se retiró al cuarto de higiene a la velocidad que su panza y sus buenos modales le permitieron.
Ya sentado en el inodoro y en medio de una batalla gástrica sin precedentes, solo pudo decir: "Menos mal que lo dejé enfriar un poco a ese huevo de mierda...".
Esteban M. Landucci (20/02/06)
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