Mártir
Emilio Luzbel
Me detuve y pensé -porque la vastedad de mi ego ya no alcanza la inconciencia-, ¿quién soy yo para permitirme ponerle un freno a la inevitable fiebre de diversión de un espíritu aun tan joven? Yo, que cerré los ojos y apreté el acelerador cuando fue mi turno, yo, que no encontraba mi dignidad al sonar la última campana, yo soy nadie; demasiado despierto, demasiado consciente, demasiado tarde.
Rehusé la lucha y ahogué mis celos tristes en los licores que fueran disparadores de la euforia, y apoyado en la barra me sometí a estos pensamientos. Y en ellos se mezclaba el “dónde estará”, y si el que sostiene su mano, dueña de mi voluntad, habrá podido resolver el enigma de cómo quererla despreciable y abnegadamente. Yo no pude. Oscilé entre ambos métodos con igual suerte: la derrota. Entonces, ¿qué mejor que poder sentir que perdí con la cabeza en alto, cargando en las espaldas su habitual desprecio, pero esta vez inmerecido? Alucinar que ya con la cabeza en la almohada, su último pensamiento será para mí, y será triste.
Mártir. El que enfrenta la soledad de merecerlo todo y ser vapuleado por la injusticia de ojos mas abiertos: la del destino. Mártir llorado por mí mismo, porque de piedad nadie me convidará una lágrima. Me ofrendo tal título y me aplaudo. Qué solitaria se ha vuelto mi vida...
Algún día podrás llorarte y aplaudirte de esta manera, porque tu camino, que ya está en los mapas de mi pasado, te llevará a es, a este mismo dolor, el de los que se sacuden el barro de la vergüenza y creen que con intentarlo honesta y ciegamente el mundo les dará una segunda oportunidad. Pero para aquellos solo queda un papel en esta obra, y ya probado el de bufón, no osaran rehusarlo. Serán mártires. Como yo.
16 de Diciembre de 2006
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