(por Emilio Luzbel)
Estuve tratando de explicarme el porqué de tu ausencia, y di tantas vueltas y acabé tantas veces siguiendo calles que se cortaban, que si bien no encontré una solución, encontré si otra perspectiva. Di con otra pregunta que me abrió nuevos caminos para recorrer el pasado y sus consecuencias. Comencé, en definitiva, a cuestionarme el porqué de mi alejamiento, y no creas que lo hice para exonerarte de toda culpa y cargarla sacrificadamente en mis hombros. Eso es lo que probablemente hubiera hecho antes: ponerme en el centro del universo, atribuirme la facultad de ser el único responsable de mi realidad. Esta vez la subjetivación de la problemática se debe pura y exclusivamente a la elección de un enfoque metodológico que a toda vista parece ser más eficiente; en pocas y simples palabras, si en vez de ponerme a pensar porqué no estás me pongo a pensar qué responsabilidad tuve yo para que eso pasara, seguramente encuentre más y mejores respuestas.
¿Por qué, entonces, me alejé?
Viéndolo a la distancia se puede apreciar que nuestros últimos tiempos fueron grises y venían ennegreciéndose progresivamente. En lo personal, ese yo mío me había cansado. Daba vueltas y vueltas en el laberinto de mis propias miserias como una ratita idiota e insistente. No podía lograr hacer salir de mi cabeza un pensamiento diferente a los que conformaban la jaula fantasmal en la que estaba mi alma. Peor aún: me regocijaba de ser diferente por eso. Total, pensaba, cuando fuera necesaria podía cambiar. No sabía, como aún me cuesta entender, que aún a su propio interior, el hombre es el lobo del hombre. Aquel yo fue devorando sin resistencia todo sentimiento noble o puro que no fuera funcional a su estoicismo miserable. Cuando fui a abrir la puerta de aquella celda voluntaria, el picaporte se deshizo en mi mano con cierta mueca burlona.
No hubiera sido difícil entenderte si te hubieras marchado de todo aquel sopor oscuro, pero sin embargo debo encontrar la dificultad de tratar de entender porqué te quedaste. Solo puedo pensar que seguías esperando que las nubes se abrieran y tu cara recibiera mi brillo como en los albores de todo. Eso que te di fue tan genuino y poderoso que te llevó a acompañarme hasta las puertas mismas de mi apocalipsis. Un día abrí los ojos y las cosas habían cambiado: estaban todas cubiertas de polvo y de vos solo quedaba una sombra. ¿Y de aquel yo? Busqué a tientas un gramo de soberbia para aspirar y poder reírme de la desolación con bravura. Polvo y más polvo, ya no quedaba nada. Sin embargo me busqué heridas y no encontré dolor; tampoco odio, tampoco prepotencia, nada. Precisamente eso: nada. Un vacío. Me sentí formateado. Recuerdo habérmelo dicho: “Estoy formateado”, y aún pienso que fue esa forma de verlo lo que me llevó a aprender de los errores y empezar a ser más prudente con los “programas” que le instalo a mi vida.
Fueron tiempos oscuros y pesados. La cuesta arriba es la que más cuesta. En esa época nos encontramos esporádicamente, pero solo sirvió para darnos cuenta que las heridas no se habían cerrado, ni los vacíos llenados, y que tendría que pasar mucho tiempo para poder vernos nuevamente sin avergonzarnos uno del otro. Entonces, eso hice: me fui por las ramas. Viajé por la mente de personajes de películas y libros. Me senté en un banco con un buen muchacho, algo tonto, que me ofrecía bombones de chocolate; pasé noches encadenado a un árbol con un hombre de edad inmemorable; entré al teatrito de Pablo el saxofonista; pasee por un jardín con un sendero que se bifurcaba de la mano de la Maga; fui a una fiesta que era en París; y fui a clases de manejo de ira con un doctor más loco que yo.
También me dejé vagar por la música y dejé que los sonidos me explicaran lo que callan las palabras. Le presté mi alma a quienes quieren ser escuchados y permití que me conmuevan. Me enamoré de los que no temen exponer el patrimonio más sagrado: la mente y el corazón. Repudié a los que intentan buscar fórmulas económicas en donde solo hay magia; los que le abren el culo a la gallina de los huevos de oro.
Viví y observé cómo viven los demás. Encontré más importante buscar lo que hace a los demás únicos, que lo que me diferencia de ellos. Volví a mi condición de humano no alienada. Hablé con desconocidos. Conocí gente nueva. Me encontré sonriendo sin ironía, y abrazando sin sexualidad.
Ahora los días de lluvia son contados, pero también necesarios. Sigo sosteniendo que la tristeza es lo que hace cotizar más alto a la felicidad, pero ya no veo la necesidad de esperarla sentado, ahogándome en la miseria. Todo este camino que recorrí hace que hoy pueda enfrentarte con la frente en alto y mirándote directamente. Era cuestión de tiempo, lo demás siempre estuvo. Hoy vuelvo a darte mis palabras, mis pensamientos, mis temores, mis vergüenzas, mis anhelos, mis deseos, mi cal y mi arena. Hoy vuelvo a vos, hoja confesionaria. Hoy vuelvo a mí: lápiz confesor.
3 comentarios:
Me alegra mucho que vuelvas a hacer lo que mejor te sale (al menos a mi, es lo que mas me gusta). No hay con qué darle, puede pasar el tiempo, pero siempre haciendo que tus textos trasmitan ese "algo" de melancolía sumado a ese "algo" de esperanza. Espero que sigas así, escribiendo para transformar la angustia en nostalgia, la soledad en recuerdos. Un abrazo para el querido Tewa.
Por fin viejo. Era hora. Excelente como siempre, un abrazo.
muy bueno, segui subiendo textos asi,un abrazo,yegua
Publicar un comentario