La Última Mujer
por Emilio Luzbel
Sobre aquella barca que la niebla parece perseguir hacia cualquier destino, va una mujer que es la viva imagen de la desdicha. Como uno de tantos, su señor ha muerto victima política de la guerra entre judíos y romanos, y ahora huye, fugitiva, embarcada en desesperanza.
Son tiempos en los que las palabras caídas del cielo y encerradas en libros por los hombres determinan el destino, y faltan aun por venir tiempos en los que las palabras del Hijo del Hombre, que se elevó al cielo, sean empuñadas como armas genocidas.
Ella ya lo intuye; y sabe que su raza, las mujeres, tendrán para siempre dos roles en la historia de la Humanidad: victimas, o en el mejor de los casos, audiencia sorda, porque nada deberán ver, y menos aun decir. Eso que justamente ella podría haber evitado, ahora escapa de sus posibilidades, mientras la historia la hunde en el olvido.
En esa frente alta cubierta por un sutil velo se esconden residuos de cierta dignidad real, pero ya apagada su llama combativa, quizás por tantas lágrimas, quizás porque ha reconocido al fin la derrota. El Hombre ha vencido; pero peor aún: el Mal ha vencido. La división, el antagonismo... Se ha roto el equilibrio, y el mundo contempla ahora un futuro negro. Y ella no es Eva, no ha mordido ninguna manzana, pero debe cargar con ese peso, esa cruz, y otra más tangible.
La historia, como se sabe, la escriben los vencedores. Es por esto que la dama se pregunta si valdrá la pena escribir su historia, para ser leída por nadie, o rechazada por blasfema. Se pregunta, también, si es más importante la vida o el legado.
Nunca se propuso hacer historia. Ella, o mejor dicho él, se lo propuso.
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