8 de febrero de 2012

(#93) REEDICIÓN

Reedito este viejo cuento que escribí en el año 2006 porque hace poco tiempo el Sr. Martín Galvan, a quien no tengo el gusto de conocer, realizó con él una interpretación oral que quisiera compartir con ustedes. Vaya entonces el cuento en cuestión, Caput, y un agradecimiento inmenso al artista que lo llevó al mundo de los sonidos.



Caput.
(por Esteban M. Landucci)
Lo único que recuerdo son las gotas golpeando contra el vidrio, y las luces pasando a gran velocidad, incesantes. Creo que estaba en un colectivo, pero puede haber sido también un auto. Tenia el costado derecho de mi cabeza apoyado en la ventana, y si trato de volver a ese momento con muchas fuerzas, puedo sentir que de vez en cuando, en algunas curvas, me caía hacia la izquierda y alguien estaba allí, sosteniéndome, o quizás a merced del movimiento del auto, igual que yo. Escuchaba la sinfonía de la lluvia, y me tranquilizaba, por eso no podía mantenerme despierto. Quería que las voces se callaran, o estar solo, en un campo, con la cabeza apoyada en la ventana de mi granja, escuchando las gotas golpear el vidrio. 
Todo lo demás puede ser tan cierto como producto de mi cabeza cansada de alucinar. La chica que me preguntaba si me gusta el rock de los ochenta, la cucaracha en mi pie derecho, las monedas del piso que levanté, el peluche de Gollum. No quisiera volver a ver las cosas que no recuerdo. Eso sí debe dar miedo.

-¿Podes caminar? ¡Jajajajaja!-. Un paso. "Nunca pierdas las llaves. Abren puertas". Otro paso. "No se puede caminar y pensar, ni caminar pensando en caminar y pensar". Un auto arranca y a juzgar por el ruido sale despedido a gran velocidad. -Ah, si, ahora recuerdo, era un auto, no un colectivo.- "Ni caminar caminando, ni caminar en caminar pensando...". Otro paso, incompleto; mi propio pie a contramano. "Caminando, Nando". Rastreo en mis pantalones, que ya están a mitad de camino hacia mis tobillos, y no encuentro las llaves. "Caminante, no hay camino, se hace canino al ladrar". Otro paso, y otro. Cada vez estoy mas cerca, según lo poco que puedo confiar en mi vista. "Llaves, las llaves abren caminos. Y pensar, abre caminos. Tendría que anotar lo que pienso, así no caminaría y pensaría al mismo tiempo. Se hace camino al pensar". Otro paso, pero esta vez el pie no encuentra el piso, y me caigo. "Me caigo". Hay sangre, creo que sale de mi cabeza. "Este Serrat, pelotudo".

En ningún momento voy a pensar bajo obra de qué milagro estoy en una cama. Ahora viene la parte que sigo agonizando, pero con los ojos abiertos. Lo ví en las películas. Me voy a retorcer y temblar como un chanchito transpirado y con las venas de la frente a punto de explotar. Las sabanas me atan, se enredan, siento que me asfixian. Logro sacármelas de encima, y ahora tengo frío, demasiado frío. Tiemblo tanto que no puedo respirar. Alguien me abraza por detrás, y me sobresalto. Me sujeta con fuerza, y me habla al oído para calmarme. No necesito calmarme, idiota, tengo frío. De pronto mi voz brota, en gritos, como agua a través del agujero de una represa. "Sabanas... Sabanas. La re puta madre. Sabanas". Estoy llorando, los gritos trajeron lágrimas. Me tapa de nuevo, y siento como se aleja de mi, asustado, mientras sigo retorciéndome, y gritando, ahora con calor. Luego vendrá el frío, luego el calor... Probablemente venga hasta un calor frío. No creo que esta agonía me prive de nada.

De a poco, y luego de horas, el temblor comienza a controlarse, hasta reducirse a algunos espasmos librados al azar. Vuelvo a respirar, o al menos siento a mi pecho moverse con normalidad. Me encantaría sentir el aire, pero no es un placer del que la gente como yo es digna en momentos como este. No sé cuándo se volvieron a cerrar mis ojos, pero los siento calientes por dentro, apoyados contra los parpados. Mi boca está reseca, pero mejor, así no corro el riesgo de atragantarme ni con mi propia saliva.

Vuelvo a tener un rol activo sobre mi cuerpo, luego de algunas horas. Abro los ojos voluntariamente, y me quedo así, con la mirada perdida en cualquier punto. El tiempo pasa, entre pensamientos y deseos de que todo termine de terminar, pero la última hora suele ser la peor, porque todo el cansancio está acumulado, pero aún no puedo dormir. Y en realidad nunca sabés cuando pasó todo, y podés dormir, simplemente el televisor se apaga, el programa se termina, y el cerebro se desconecta. Caput.

Quizás sea dentro de mi sueño, en esta vida paralela, pero un teléfono está sonando. ¿Cuánto más sonará hasta que me devuelva a la realidad? Si, está sonando de verdad, welcome back. Esto es lo malo de vivir solo, -pienso-. No tener que pagar el alquiler, ni mantener limpio, ni sacar la basura: atender el teléfono cuando lo último que querés hacer es atender el teléfono. Cuando estoy por hacer el esfuerzo de intentar empezar a moverme, deja de sonar. -Hola... No, está dormido. No, no... Una amiga. Bueno, le digo. Si, quédese tranquilo. Chau, chau.- 
Es su voz, cristalina, purificadora. Su voz, demasiado tiempo hace que no la escuchaba. No me atrevo a darme vuelta y ver si en realidad está aquí, o la necesito tanto que la imagino. Hay olor a pan quemado. Si, está acá, el enternecedor olor de las peores tostadas del mundo lo confirman. Es ella, la de la mirada que asoma entre el flequillo cuando estamos desnudos frotando nuestros cuerpos.

Me levanto y sin voltear empiezo a buscar en los muebles que están a mi alcance una pastilla, o algo que me calme, que saque a mi ennegrecida mente de los límites de mi cuerpo. -No vas a encontrar nada. -me dice. Tiré todo apenas llegué.-

Mi cuerpo es una pista de carrera para las gotas de transpiración. Debo tener los ojos abiertos de la desesperación, y huecos bajo los ojos en vez de ojeras. No quiero ni mirarla, sigo buscando de espaldas, completamente desnudo. Agarro el jean, busco en los bolsillos y saco un atado de puchos, lo reviso... Vacío. Me lo quedo mirando un largo rato, pensando en cómo son las drogas de crueles que cuando te quieren dar la espalda, te la dan, y te dejan solo y vacío; ninguna va a dejar de fallarte.

Tiro el atado abollado, y me siento en la cama, agarrándome la cabeza y triturando mis pelos entre los dedos. "Tomá", escucho, y sabiendo que si quiero el cigarrillo no me queda otra, volteo, y sin mirarla a los ojos le agradezco. Todo el tiempo siento su mirada examinándome, esperando que deje de lado mi cobardía y la mire. Eso está esperando, porque sabe que no puedo. Está bien que disfrute de esa superioridad que le regala las circunstancias, pienso. Está bien porque lo hace para que yo cambie, pero yo no soy menos que nadie. Levanto la mirada, con la cara derretida y masoquistamente la clavo en sus ojos rebosantes de desprecio y compasión. -¿Fuego?.

Me siento en la ventana con una pierna en el marco y la otra adentro, ya no quiero volver a mirarla, y menos hablarle. Tiene demasiada razón en todo como para intentarlo. Desde el otro extremo del departamento sigue mirándome. Me paro y voy hasta el equipo de música, pongo algo de blues, lo mejor para estas circunstancias. "There's three o' clock in the morning, and I can't even close my eyes". El cigarrillo ya se terminó, como también las excusas para no hablarle más. Demasiado llevo ya eludiéndola. 
Me acerco esquivando las sillas y el desorden, ella ya no me mira, está de espaldas, pero siente mi presencia. Su voz asoma entre sollozos, tibia y desgarradora:
-La primera vez que vine acá, cuando todavía era una nena, pusiste este mismo tema, ¿te acordás? -dice; "no, no me acuerdo", pienso, y antes de decirle que si, me interrumpe- No, qué te vas a acordar, ya no debés tener ni recuerdos. -Su llanto sigue contenido, con demasiado esfuerzo. Siento la necesidad de acariciarla, pero no lo hago. Ella se toma la cabeza, primero, y luego voltea a mirarme.- ¿Por qué, amor? -lamenta, y después de unos segundos, remata:- ¿Qué no te dí? -En ese momento, cuando sus ojos se funden en los míos, y la tristeza de lo que dice nos hace palpar la lija de la realidad, caigo de rodillas en el piso y la abrazo. Siento su mejilla rozar con la mía, mojándome con su dolor, y pronto mi mundo también se humedece.

Ya se fue, hace varias horas. Ella, sus lágrimas, y las mías. No quiso entender que puedo volver a ser el de antes, y francamente hasta yo lo dudo. Muchas drogas te hacen mal, porque siempre te terminan dando la espalda, pero la droga vuelve. El amor te da la espalda, y algo se rompe adentro, y no hay nueva dosis que te deje puesto. "No es como ésta".

Ya se terminó de calentar la cucharita de los sueños, esta vez más cargada que nunca, para un viaje de ida, y el proyectil filoso parece babearse. Una buena mordida al cinturón, y la aguja besa la vena, para no traerme nunca de regreso.

El televisor se apaga. El programa se termina. El cerebro se desconecta.

Caput.
Esteban M. Landucci (25/02/06)

No hay comentarios.: