23 de noviembre de 2012

(#96) Shortcuts

Cuentos mínimos, poesías nimias, shortcuts. De eso se tratan estos textos.


1.Incrédulo
Los miles de millones…
¿Qué son? ¿Dónde están?
¿A nombre de quién?
¿Son de verdad? ¿Acaso existen?
¿Qué representan? ¿Cuánto valen?
¿Quién los paga? ¿A quién los paga?
¿Con qué fin?
¿Para beneficio de quién?
¿Alguien los vio?
¿Quién los hizo?
¿Esperan que me lo crea?



2.Talento
-Vos querés probar que yo tengo talento para probar que tenés talento para detectar el talento –le dije, pensando que formulaba una acusación terrible-.
-Claro –respondió-. Me alegra que veas tan claramente en qué consiste mi trabajo.
-¿Y si yo no tengo talento? –dije-.
-No es necesario. El talento es una convención social. Alcanza con que un puñado de gente selecta lo crea y lo propague. No es difícil conmover la fe de esa gente; es la misma que la de todo el mundo: el dinero. No tengo dudas de que te va a ir bien, tus obras tienen potencial. Y si todo eso falla y realmente querés ser un escritor exitoso, podés probar con morirte.
Se estiró en la silla, satisfecho de sí mismo.
-Al fin y al cabo lo único que realmente debe saber un hombre para sobrevivir es mentir.


3.Esquizoide
soy una criatura
atravesada por lecturas
y lenguajes
(por penurias y ultrajes),
criatura salvaje
que es noche y resaca
pero nunca mañana,
cosecha de la siembra
de los equivocados,
crisol de demonios,
hijo no reconocido
del rigor bastardo,
espectro esquizoide
de escaso peligro,
(criatura falsificada
por miradas ajenas)


4.La casa invita
Fue algo de lo más extraño. Habían llegado charlando animadamente como si no se vieran desde largo. Pidieron un cortado y una lágrima, no prestaron atención al diario que estaba arriba de la mesa. Yo seguí en lo mío, atendiendo las cuatro mesas que estaban ocupadas.
Durante media hora estuvieron enfrascados en la charla. De vez en cuando lanzaban una carcajada y redoblaban el interés por lo que hablaban, inclinándose el uno hacia el otro y bajando la voz. Qué bueno cuando la gente se reencuentra, pensé.
Me hicieron una seña y me acerqué a la mesa; querían la cuenta. Cuando volví para llevarla, los dos sacaron su billetera a la vez y pretendieron hacerse cargo del monto.
-No, yo te invito César –dijo uno, desplazando la mano del otro, que tendía hacia mi-.
-Ni se te ocurra, Javier. Pago yo y que no se hable más del asunto –contestó el otro.
-No lo voy a permitir, demasiado me ayudaste cuando lo necesité –replicó Javier-. Ahora que puedo, dejame que te invite el café.
-Yo también puedo todavía –César parecía ofendido-. Que hayas conseguido un buen trabajo, un mejor trabajo… -se interrumpió- no quiere decir que puedas…
-Pero no seas boludo, César –dijo hastiado- que te quiera invitar un café no significa que me crea mejor que vos. ¿O vos te creías mejor que yo cuando me ayudaste?
El hombre llamado César se puso de pie, apoyando ambas manos sobre la mesa y acercando su cara a su interlocutor.
-¡Siempre salís con lo mismo! ¡Sos un desagradecido –vociferó-, siempre lo fuiste, siempre lo serás!
Javier también se paró. Le sacaba una cabeza a César.
-¿Sabés qué? ¡Metete el café en el culo, pelotudo! –gritó-.
Y ahí nomás se agarraron a las trompadas limpias. La audiencia permaneció expectante durante varios segundos en los que los puñetes alcanzaban o erraban sus objetivos. La mesa que ocupaban se tumbó producto de la reyerta y el ruido que causó sacó a los presentes de su letargo.
Un hombre que estaba con su pareja en la mesa tres me ayudó a separarlos mientras seguían maldiciéndose. Mientras yo arrastraba al que se llamaba Javier afuera del bar, el parroquiano me ayudó reteniendo al otro. Cuando dobló la esquina volví a entrar. El otro, César, ya se había calmado. Me extendió un billete de diez pesos.
-Cobrame lo mío -me dijo-.

5.No yo
Nunca dormía en los colectivos. Aprovechaba para escuchar música, boludear con el celular o leer algún libro. Pero esa vez arrastraba sueño de varios días y me dormí. No sentí que fuese un sueño profundo; todo el tiempo que tuve los ojos cerrados creí estar en control del traqueteo, las frenadas, de las voces alrededor mío. 
Algo -no sé qué- me hizo despertar. Estábamos a punto de chocar y, de puro reflejo, alcancé a volantear y nos salvamos de milagro.
Desde entonces, sin saber qué pasó, sigo siendo el colectivero y no yo.

6.Dos dudas
El beneficio de la duda…
¿Quién podría encontrar
beneficio en la duda?,
se preguntó el ingenuo.
¿Quién podría encontrar
duda en el beneficio?,
se preguntó el corrupto.
A ambos le otorgamos
El beneficio de la duda.

7.Las mismas calles
Somos las calles que nos transitan.
Las cinco cuadras hasta la primaria,
el cigarrillo hasta la secundaria.
José Hernández y mi primer amor.

La escalera de Vila,
la Avenida Colombres desierta
al rayo del sol de las catorce
cuando no había tanta humedad.

Luego trabajar en un oasis del centro.
En plena ardiente calle Corrientes,
en un pasillo que come y respira libros
y por las venas le corre jazz.

Y Dorrego, the long and winding road;
el peregrinaje por el centro fumando,
el recuerdo ineludible de todo,
de todas las calles que nos transitan.

8.Vidriera
Me gustas porque sos
Una mina cualquiera
Pasando por la vidriera;
Porque no te conozco
Y no sabría qué empezar
A decirte ni cómo seguir
Pero sé cómo quiero acabar.







1 comentario:

Leticia dijo...

POr fin!! se lo extrañaba por estos pagos Don!