1.Incrédulo
¿Qué son? ¿Dónde están?
¿A nombre de quién?
¿Son de verdad? ¿Acaso existen?
¿Qué representan? ¿Cuánto valen?
¿Quién los paga? ¿A quién los paga?
¿Con qué fin?
¿Para beneficio de quién?
¿Alguien los vio?
¿Quién los hizo?
¿Esperan que me lo crea?
2.Talento
-Vos
querés probar que yo tengo talento para probar que tenés talento para detectar
el talento –le dije, pensando que formulaba una acusación terrible-.
-Claro
–respondió-. Me alegra que veas tan claramente en qué consiste mi trabajo.
-¿Y
si yo no tengo talento? –dije-.
-No
es necesario. El talento es una convención social. Alcanza con que un puñado de
gente selecta lo crea y lo propague. No es difícil conmover la fe de esa gente;
es la misma que la de todo el mundo: el dinero. No tengo dudas de que te va a
ir bien, tus obras tienen potencial. Y si todo eso falla y realmente querés ser un escritor exitoso, podés probar con morirte.
Se
estiró en la silla, satisfecho de sí mismo.
-Al
fin y al cabo lo único que realmente debe saber un hombre para sobrevivir es
mentir.
soy
una criatura
atravesada
por lecturas
y
lenguajes
(por
penurias y ultrajes),
criatura
salvaje
que
es noche y resaca
pero
nunca mañana,
cosecha
de la siembra
de
los equivocados,
crisol
de demonios,
hijo
no reconocido
del
rigor bastardo,
espectro
esquizoide
de
escaso peligro,
(criatura
falsificada
por miradas ajenas)
4.La casa invita
Fue
algo de lo más extraño. Habían llegado charlando animadamente como si no se
vieran desde largo. Pidieron un cortado y una lágrima, no prestaron atención al
diario que estaba arriba de la mesa. Yo seguí en lo mío, atendiendo las cuatro
mesas que estaban ocupadas.
Durante
media hora estuvieron enfrascados en la charla. De vez en cuando lanzaban una
carcajada y redoblaban el interés por lo que hablaban, inclinándose el uno
hacia el otro y bajando la voz. Qué bueno cuando la gente se reencuentra,
pensé.
Me
hicieron una seña y me acerqué a la mesa; querían la cuenta. Cuando volví para
llevarla, los dos sacaron su billetera a la vez y pretendieron hacerse cargo
del monto.
-No,
yo te invito César –dijo uno, desplazando la mano del otro, que tendía hacia
mi-.
-Ni
se te ocurra, Javier. Pago yo y que no se hable más del asunto –contestó el
otro.
-No
lo voy a permitir, demasiado me ayudaste cuando lo necesité –replicó Javier-.
Ahora que puedo, dejame que te invite el café.
-Yo
también puedo todavía –César parecía ofendido-. Que hayas conseguido un buen
trabajo, un mejor trabajo… -se interrumpió- no quiere decir que puedas…
-Pero
no seas boludo, César –dijo hastiado- que te quiera invitar un café no
significa que me crea mejor que vos. ¿O vos te creías mejor que yo cuando me
ayudaste?
El
hombre llamado César se puso de pie, apoyando ambas manos sobre la mesa y
acercando su cara a su interlocutor.
-¡Siempre
salís con lo mismo! ¡Sos un desagradecido –vociferó-, siempre lo fuiste,
siempre lo serás!
Javier
también se paró. Le sacaba una cabeza a César.
-¿Sabés
qué? ¡Metete el café en el culo, pelotudo! –gritó-.
Y ahí
nomás se agarraron a las trompadas limpias. La audiencia permaneció expectante durante
varios segundos en los que los puñetes alcanzaban o erraban sus objetivos. La
mesa que ocupaban se tumbó producto de la reyerta y el ruido que causó sacó a
los presentes de su letargo.
Un
hombre que estaba con su pareja en la mesa tres me ayudó a separarlos mientras
seguían maldiciéndose. Mientras yo arrastraba al que se llamaba Javier afuera del bar, el parroquiano me ayudó reteniendo al otro. Cuando dobló la esquina volví a entrar. El otro, César, ya se había calmado. Me extendió un billete de diez pesos.
-Cobrame lo mío -me dijo-.
5.No yo
Nunca
dormía en los colectivos. Aprovechaba para escuchar música, boludear con el
celular o leer algún libro. Pero esa vez arrastraba sueño de varios días y me dormí. No sentí
que fuese un sueño profundo; todo el tiempo que tuve los ojos cerrados creí
estar en control del traqueteo, las frenadas, de las voces alrededor mío.
Algo -no sé qué- me hizo despertar. Estábamos a punto de chocar y, de puro reflejo, alcancé a volantear y nos salvamos de milagro.
Desde entonces, sin saber qué pasó, sigo siendo el
colectivero y no yo.
6.Dos dudas
¿Quién
podría encontrar
beneficio
en la duda?,
se
preguntó el ingenuo.
¿Quién
podría encontrar
duda
en el beneficio?,
se
preguntó el corrupto.
A
ambos le otorgamos
El
beneficio de la duda.
7.Las mismas calles
Somos
las calles que nos transitan.
Las
cinco cuadras hasta la primaria,
el
cigarrillo hasta la secundaria.
José
Hernández y mi primer amor.
La
escalera de Vila,
la
Avenida Colombres desierta
al
rayo del sol de las catorce
cuando
no había tanta humedad.
Luego
trabajar en un oasis del centro.
En plena
ardiente calle Corrientes,
en un
pasillo que come y respira libros
y por
las venas le corre jazz.
Y
Dorrego, the long and winding road;
el
peregrinaje por el centro fumando,
el
recuerdo ineludible de todo,
de
todas las calles que nos transitan.
8.Vidriera
Me
gustas porque sos
Una
mina cualquiera
Pasando
por la vidriera;
Porque
no te conozco
Y no
sabría qué empezar
A
decirte ni cómo seguir
Pero sé cómo quiero acabar.
Pero sé cómo quiero acabar.
1 comentario:
POr fin!! se lo extrañaba por estos pagos Don!
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