28 de noviembre de 2012

(#97) Mas Shortcuts

9.Disfraces
Soy de los que no les gusta disfrazarse. No le encuentro ningún atractivo.
Supongo que se debe a un trauma de la niñez. Un niño no debería ser obligado a disfrazarse y bailar canciones folklóricas en los actos escolares. Eso es una forma perversa de entretenimiento para los adultos; para los niños –para algunos de nosotros- era humillante. Nunca me recuperé: no sé bailar, mis resistencias a aprender son tan grandes como las que tengo a disfrazarme. Cuando bailo yo no bailo: tengo como espasmos arrítmicos de la cintura para abajo. Hacia arriba, mis brazos quedan descolgados y mis hombros carecen de sensibilidad musical. Todo eso lo soluciono sosteniendo el trago con una mano y el cigarrillo con la otra.
Por supuesto, para la mayoría de mis compañeros resultó bien lo del bailecito con las chicas o al menos no les significó ningún acomplejamiento. Crecieron siendo gente sana que considera que las mujeres son todas putas y que a los negros hay que matarlos a todos. A veces pienso Mirá si en vez de obligarme a bailar hubieran buscado algo para lo que yo fuera bueno, como hacen en las escuelas yankees. A lo mejor hoy sería un exitoso escritor de teatro sin acomplejamientos que considera que las mujeres son todas putas y que a los negros hay que matarlos a todos, por ejemplo.
Aprendí a bancarme que el disfuncional soy yo. Entonces cuando me preguntan por qué no me disfrazo, contesto que no me parece necesario, que vivimos disfrazándonos, ante cada persona y situación adoptamos un disfraz diferente. Y me aterroriza pensar que si me disfrazara correría el riesgo de ser quien soy.

10.Glorioso
ofrendarte millones de vidas
en un glorioso instante
de ojos cerrados
mirando hacia adentro
de gritos libres
apenas murmurados
a duras penas reprimidos
de duro pene expulsadas
millones de vidas
en un glorioso instante
de boca abierta ofrendada
néctar vertido como metralla
en el lienzo de tu rostro
millones de vidas
pasajeras en tu garganta
transeúntes de tus entrañas
acabadas

11.Invertido
Que siga el universo invertido
Y el sapo bese a la princesa.
Que la montaña vaya a Mahoma.
Que disfrute yo de tus aromas
y que tu cuerpo premie mi vileza.

12.Parsimonia
Van desapareciendo
con violenta parsimonia
esperanzas, sueños, objetivos,
como se van los días mismos
goteados en el cuenco
de un dios inconmovible.

Se van y el Yo también
se deshace en posibilidades
y como cada palabra
somos lo que dejamos de ser
para ser lo que somos.

Y somos cada vez menos:
sueño de inmortalidad,
luego esperanza de muerte,
hasta que solo somos muerte,
carga de otros, mero recuerdo.

23 de noviembre de 2012

(#96) Shortcuts

Cuentos mínimos, poesías nimias, shortcuts. De eso se tratan estos textos.


1.Incrédulo
Los miles de millones…
¿Qué son? ¿Dónde están?
¿A nombre de quién?
¿Son de verdad? ¿Acaso existen?
¿Qué representan? ¿Cuánto valen?
¿Quién los paga? ¿A quién los paga?
¿Con qué fin?
¿Para beneficio de quién?
¿Alguien los vio?
¿Quién los hizo?
¿Esperan que me lo crea?



2.Talento
-Vos querés probar que yo tengo talento para probar que tenés talento para detectar el talento –le dije, pensando que formulaba una acusación terrible-.
-Claro –respondió-. Me alegra que veas tan claramente en qué consiste mi trabajo.
-¿Y si yo no tengo talento? –dije-.
-No es necesario. El talento es una convención social. Alcanza con que un puñado de gente selecta lo crea y lo propague. No es difícil conmover la fe de esa gente; es la misma que la de todo el mundo: el dinero. No tengo dudas de que te va a ir bien, tus obras tienen potencial. Y si todo eso falla y realmente querés ser un escritor exitoso, podés probar con morirte.
Se estiró en la silla, satisfecho de sí mismo.
-Al fin y al cabo lo único que realmente debe saber un hombre para sobrevivir es mentir.


3.Esquizoide
soy una criatura
atravesada por lecturas
y lenguajes
(por penurias y ultrajes),
criatura salvaje
que es noche y resaca
pero nunca mañana,
cosecha de la siembra
de los equivocados,
crisol de demonios,
hijo no reconocido
del rigor bastardo,
espectro esquizoide
de escaso peligro,
(criatura falsificada
por miradas ajenas)


4.La casa invita
Fue algo de lo más extraño. Habían llegado charlando animadamente como si no se vieran desde largo. Pidieron un cortado y una lágrima, no prestaron atención al diario que estaba arriba de la mesa. Yo seguí en lo mío, atendiendo las cuatro mesas que estaban ocupadas.
Durante media hora estuvieron enfrascados en la charla. De vez en cuando lanzaban una carcajada y redoblaban el interés por lo que hablaban, inclinándose el uno hacia el otro y bajando la voz. Qué bueno cuando la gente se reencuentra, pensé.
Me hicieron una seña y me acerqué a la mesa; querían la cuenta. Cuando volví para llevarla, los dos sacaron su billetera a la vez y pretendieron hacerse cargo del monto.
-No, yo te invito César –dijo uno, desplazando la mano del otro, que tendía hacia mi-.
-Ni se te ocurra, Javier. Pago yo y que no se hable más del asunto –contestó el otro.
-No lo voy a permitir, demasiado me ayudaste cuando lo necesité –replicó Javier-. Ahora que puedo, dejame que te invite el café.
-Yo también puedo todavía –César parecía ofendido-. Que hayas conseguido un buen trabajo, un mejor trabajo… -se interrumpió- no quiere decir que puedas…
-Pero no seas boludo, César –dijo hastiado- que te quiera invitar un café no significa que me crea mejor que vos. ¿O vos te creías mejor que yo cuando me ayudaste?
El hombre llamado César se puso de pie, apoyando ambas manos sobre la mesa y acercando su cara a su interlocutor.
-¡Siempre salís con lo mismo! ¡Sos un desagradecido –vociferó-, siempre lo fuiste, siempre lo serás!
Javier también se paró. Le sacaba una cabeza a César.
-¿Sabés qué? ¡Metete el café en el culo, pelotudo! –gritó-.
Y ahí nomás se agarraron a las trompadas limpias. La audiencia permaneció expectante durante varios segundos en los que los puñetes alcanzaban o erraban sus objetivos. La mesa que ocupaban se tumbó producto de la reyerta y el ruido que causó sacó a los presentes de su letargo.
Un hombre que estaba con su pareja en la mesa tres me ayudó a separarlos mientras seguían maldiciéndose. Mientras yo arrastraba al que se llamaba Javier afuera del bar, el parroquiano me ayudó reteniendo al otro. Cuando dobló la esquina volví a entrar. El otro, César, ya se había calmado. Me extendió un billete de diez pesos.
-Cobrame lo mío -me dijo-.

5.No yo
Nunca dormía en los colectivos. Aprovechaba para escuchar música, boludear con el celular o leer algún libro. Pero esa vez arrastraba sueño de varios días y me dormí. No sentí que fuese un sueño profundo; todo el tiempo que tuve los ojos cerrados creí estar en control del traqueteo, las frenadas, de las voces alrededor mío. 
Algo -no sé qué- me hizo despertar. Estábamos a punto de chocar y, de puro reflejo, alcancé a volantear y nos salvamos de milagro.
Desde entonces, sin saber qué pasó, sigo siendo el colectivero y no yo.

6.Dos dudas
El beneficio de la duda…
¿Quién podría encontrar
beneficio en la duda?,
se preguntó el ingenuo.
¿Quién podría encontrar
duda en el beneficio?,
se preguntó el corrupto.
A ambos le otorgamos
El beneficio de la duda.

7.Las mismas calles
Somos las calles que nos transitan.
Las cinco cuadras hasta la primaria,
el cigarrillo hasta la secundaria.
José Hernández y mi primer amor.

La escalera de Vila,
la Avenida Colombres desierta
al rayo del sol de las catorce
cuando no había tanta humedad.

Luego trabajar en un oasis del centro.
En plena ardiente calle Corrientes,
en un pasillo que come y respira libros
y por las venas le corre jazz.

Y Dorrego, the long and winding road;
el peregrinaje por el centro fumando,
el recuerdo ineludible de todo,
de todas las calles que nos transitan.

8.Vidriera
Me gustas porque sos
Una mina cualquiera
Pasando por la vidriera;
Porque no te conozco
Y no sabría qué empezar
A decirte ni cómo seguir
Pero sé cómo quiero acabar.







18 de junio de 2012

(#95) La Arenga


LA ARENGA

A mis amigos, compañeros, o lo que hayan sido primero.

Fue una arenga que tranquilamente podría estar en una película épica. En realidad creo que, en cierta forma, lo está. Al menos en la película de nuestras vidas. No podría definir si reconocimos la importancia de aquel momento cuando lo estábamos viviendo o si lo fuimos llenando de significado después, ante cada adversidad de la vida, ante las cuales siempre volvimos a decirnos esas palabras, como un conjuro. Pero entonces éramos unos purretes nomás. Unos flaquitos enclenques enfundados en camisetas que nos llegaban hasta las rodillas.

Ahora veo a los pendejos del club que pasan corriendo hacia la práctica con indumentarias oficiales y me acuerdo: nosotros las primeras casacas originales que conocimos fueron unas que les trajeron a los mellis desde Buenos Aires (que para nuestra conciencia infantil era como decir ahora los Emiratos Árabes). Las únicas que conocíamos eran las de Mirvi y la diferencia saltaba a la vista. Pero en esa época lo que queríamos era disfrazarnos de nuestros ídolos y para eso con que la camiseta tuviera número y nombre, alcanzaba. Que fueran “de marca” o no, nos importaba tres carajos.

Lo que más movilizaba nuestra pasión incontrolable de pibitos con todo el tiempo del mundo era el club. La mayoría hacíamos varios deportes, pero la instalación de la escuelita de fútbol de Fernando y Hugo puso las cosas en su lugar. Todos fuimos por la novedad y nos quedamos porque supimos por primera vez qué era eso del fútbol, pero el fútbol de verdad, en la cancha delineada con cal que jugaban los grandes y con botines. Nada de esos partiditos de plaza o patio de escuela, con prendas que pretendían ser arcos hechos y derechos, por culpa de los cuales se podía ir toda la tarde discutiendo si había sido gol.

Así se gestó nuestra banda, así nos conocimos entre todos y dejamos de conformar pequeños subgrupos de juego, o de natación, voley y tenis para pasar a ser un equipo de fútbol como Dios manda. Mientras rodaba la pelota y los años nos fuimos haciendo hermanos sin darnos cuenta. El fútbol tiene esa magia; fueron tantos los goles que nos hicimos, los abrazos de festejo, las patadas que nos pegamos, los caños, las victorias, las derrotas (con sus consiguientes cocas pagadas) y los empates, que no nos quedó otra que volvernos inseparables.

Nada es más parecido a la vida que el fútbol. Eso fue lo que aprendimos esa noche, en aquella arenga. Habíamos ido a jugar una serie de amistosos a Massey Ferguson, que para nosotros era “Masa y Ferguson”. Como teníamos solamente dos categorías no participábamos de ninguna liga y nos entretenían con encuentros entre escuelitas. En cambio, los rivales sí jugaban un torneo.

Por eso surgió el inconveniente de aquella noche. Los rivales de nuestra categoría habían quedado punteros en la liga que jugaban, así que no se iban a presentar contra nosotros, aunque había sido lo pactado por Fernando y el “técnico” de ellos, palabra ésta que ni siquiera conocíamos. En su lugar nos ofrecían jugar contra una categoría dos veces mayor a la nuestra.

Pero la cosa no terminaba ahí: lo peor fue que cuando llegamos nos percatamos de que la cancha era de once. La nuestra del club era de siete y de tierra. Era la única que teníamos y, para nuestra edad, nos alcanzaba y sobraba, literalmente (a veces, cuando éramos pocos, jugábamos a lo ancho).

La de once se nos asemejó más a las de Supercampeones, en las que podían correr un capítulo entero y nunca se veía el arco de enfrente. La inmensidad nos dejó helados; encima el césped precisaba de tapones más altos que los que teníamos. Para colmo hacía frío, era de noche y había niebla. O a lo mejor era solo el cagazo que teníamos.

A Fernando nada de esto se le debe haber escapado, porque fue a pegarnos directo ahí en la primera arenga de nuestras vidas. Nos juntó a todos y nos explicó lo que había pasado. Ustedes ya son hombres, nos dijo -aunque no fuera del todo cierto-, y hoy les toca aprender que a veces las dificultades son mayores de lo que nos esperamos.

En la vida también los rivales y la cancha se agrandan y la pelota se pone tan pesada que creemos que nunca vamos a poder levantar el centro. Los árbitros de la vida también te cobran cualquier boludes en el borde del área y te llena el equipo de amarillas, en la vida también se van a encontrar con gente mala leche que les va a ir con la plancha para lastimarlos…

La única manera que hay de enfrentar a todas esas cosas es en equipo y – ahí largó la frase que nos quedaría marcada a fuego- con huevos de toro. Porque no importa que uno sea chiquito si la voluntad es grande. Y por más que el árbitro tire para atrás y el rival lastime, si uno se apoya en la gente que quiere y confía, siempre se sale adelante. En la cancha y en el fútbol.

Todo lo demás está envuelto en una nebulosa de alegría pura e infantil. Solo sé que salimos a la cancha y jugamos como nunca antes y como nunca después. Recuerdo también el resultado, pero mayor es la sensación de que jugamos como un verdadero equipo, de hecho de vez en cuando lo sueño.

Estoy en la cancha de once y soy una especie de pulpo, mis extremidades son mis compañeros, mis amigos de toda la vida. Digo “estoy” pero en realidad “estamos”, porque la sensación es que soy todos ellos o ellos son yo, no sé. Tocamos, tiramos paredes, y los grandotes siguen de largo en todas, desbordamos por izquierda y derecha, y a medida que vamos progresando en el campo de juego, la niebla se va disipando, sube la temperatura y el arco rival se vuelve nítido, goleable.


Stefano
18 de junio de 2012

31 de marzo de 2012

(#94) Home (not that) Alone

Doce de la noche, hora cero.
Pasillo. la adiviné en la luz prendida.
pero ningún silbido acompañó mi llegada.
En el baño -aunque no me creas-,
el rollo de papel lucía marrón claro.
Tiré la cadena procurando que tironee.

Eu Sei Que Vou Te Amar en el celular.
La canté con el corazón aunque no.
O precisamente porque no..

El Trapiche hizo las veces de anfitrión.
Lo encendí. Fui hasta lo que ella llama Cuartito.
En un arrebato de admiración y amor,
devoré el queso de nombre olvidable
que sabiamente guardaba para cuando llegás
y no queda nada. Absolutamente nada.

Mañana debería ir al supermercado.
Al menos fiambre, para vivir de sandwiches.
Algo fácil para cocinar sin su tierna supervisión.

Fumé, pensé y escribí hasta que pude palpar
su verdadera ausencia; los kilómetros.
La sal misma del mar en tus labios. El viento.

Entonces comprendí que la lejanía no era tal.
Mi mirada vagó hasta su sonrisa en las fotos.
Supe que encontraría su olor en el lecho de ayer
y se achicaría este trecho, desandando lo andado.

La recreé volviendo de alguna habitación.
Esta casa, en algún sentido, también eras vos.
Te escuché preguntar ¿Te gusta mi casita?
Y no pude encontrar otra palabra que hogar.

Ahí estás, entre tus tantos libros,
entre Spinetta, Ceratti, Drexler...
Aunque ninguno me guste, todavía.
Y tu dolor y tus bailes de alegría,
aprehendido por las paredes.

31 de marzo de 2012
Stefano.

8 de febrero de 2012

(#93) REEDICIÓN

Reedito este viejo cuento que escribí en el año 2006 porque hace poco tiempo el Sr. Martín Galvan, a quien no tengo el gusto de conocer, realizó con él una interpretación oral que quisiera compartir con ustedes. Vaya entonces el cuento en cuestión, Caput, y un agradecimiento inmenso al artista que lo llevó al mundo de los sonidos.



Caput.
(por Esteban M. Landucci)
Lo único que recuerdo son las gotas golpeando contra el vidrio, y las luces pasando a gran velocidad, incesantes. Creo que estaba en un colectivo, pero puede haber sido también un auto. Tenia el costado derecho de mi cabeza apoyado en la ventana, y si trato de volver a ese momento con muchas fuerzas, puedo sentir que de vez en cuando, en algunas curvas, me caía hacia la izquierda y alguien estaba allí, sosteniéndome, o quizás a merced del movimiento del auto, igual que yo. Escuchaba la sinfonía de la lluvia, y me tranquilizaba, por eso no podía mantenerme despierto. Quería que las voces se callaran, o estar solo, en un campo, con la cabeza apoyada en la ventana de mi granja, escuchando las gotas golpear el vidrio. 
Todo lo demás puede ser tan cierto como producto de mi cabeza cansada de alucinar. La chica que me preguntaba si me gusta el rock de los ochenta, la cucaracha en mi pie derecho, las monedas del piso que levanté, el peluche de Gollum. No quisiera volver a ver las cosas que no recuerdo. Eso sí debe dar miedo.

-¿Podes caminar? ¡Jajajajaja!-. Un paso. "Nunca pierdas las llaves. Abren puertas". Otro paso. "No se puede caminar y pensar, ni caminar pensando en caminar y pensar". Un auto arranca y a juzgar por el ruido sale despedido a gran velocidad. -Ah, si, ahora recuerdo, era un auto, no un colectivo.- "Ni caminar caminando, ni caminar en caminar pensando...". Otro paso, incompleto; mi propio pie a contramano. "Caminando, Nando". Rastreo en mis pantalones, que ya están a mitad de camino hacia mis tobillos, y no encuentro las llaves. "Caminante, no hay camino, se hace canino al ladrar". Otro paso, y otro. Cada vez estoy mas cerca, según lo poco que puedo confiar en mi vista. "Llaves, las llaves abren caminos. Y pensar, abre caminos. Tendría que anotar lo que pienso, así no caminaría y pensaría al mismo tiempo. Se hace camino al pensar". Otro paso, pero esta vez el pie no encuentra el piso, y me caigo. "Me caigo". Hay sangre, creo que sale de mi cabeza. "Este Serrat, pelotudo".

En ningún momento voy a pensar bajo obra de qué milagro estoy en una cama. Ahora viene la parte que sigo agonizando, pero con los ojos abiertos. Lo ví en las películas. Me voy a retorcer y temblar como un chanchito transpirado y con las venas de la frente a punto de explotar. Las sabanas me atan, se enredan, siento que me asfixian. Logro sacármelas de encima, y ahora tengo frío, demasiado frío. Tiemblo tanto que no puedo respirar. Alguien me abraza por detrás, y me sobresalto. Me sujeta con fuerza, y me habla al oído para calmarme. No necesito calmarme, idiota, tengo frío. De pronto mi voz brota, en gritos, como agua a través del agujero de una represa. "Sabanas... Sabanas. La re puta madre. Sabanas". Estoy llorando, los gritos trajeron lágrimas. Me tapa de nuevo, y siento como se aleja de mi, asustado, mientras sigo retorciéndome, y gritando, ahora con calor. Luego vendrá el frío, luego el calor... Probablemente venga hasta un calor frío. No creo que esta agonía me prive de nada.

De a poco, y luego de horas, el temblor comienza a controlarse, hasta reducirse a algunos espasmos librados al azar. Vuelvo a respirar, o al menos siento a mi pecho moverse con normalidad. Me encantaría sentir el aire, pero no es un placer del que la gente como yo es digna en momentos como este. No sé cuándo se volvieron a cerrar mis ojos, pero los siento calientes por dentro, apoyados contra los parpados. Mi boca está reseca, pero mejor, así no corro el riesgo de atragantarme ni con mi propia saliva.

Vuelvo a tener un rol activo sobre mi cuerpo, luego de algunas horas. Abro los ojos voluntariamente, y me quedo así, con la mirada perdida en cualquier punto. El tiempo pasa, entre pensamientos y deseos de que todo termine de terminar, pero la última hora suele ser la peor, porque todo el cansancio está acumulado, pero aún no puedo dormir. Y en realidad nunca sabés cuando pasó todo, y podés dormir, simplemente el televisor se apaga, el programa se termina, y el cerebro se desconecta. Caput.

Quizás sea dentro de mi sueño, en esta vida paralela, pero un teléfono está sonando. ¿Cuánto más sonará hasta que me devuelva a la realidad? Si, está sonando de verdad, welcome back. Esto es lo malo de vivir solo, -pienso-. No tener que pagar el alquiler, ni mantener limpio, ni sacar la basura: atender el teléfono cuando lo último que querés hacer es atender el teléfono. Cuando estoy por hacer el esfuerzo de intentar empezar a moverme, deja de sonar. -Hola... No, está dormido. No, no... Una amiga. Bueno, le digo. Si, quédese tranquilo. Chau, chau.- 
Es su voz, cristalina, purificadora. Su voz, demasiado tiempo hace que no la escuchaba. No me atrevo a darme vuelta y ver si en realidad está aquí, o la necesito tanto que la imagino. Hay olor a pan quemado. Si, está acá, el enternecedor olor de las peores tostadas del mundo lo confirman. Es ella, la de la mirada que asoma entre el flequillo cuando estamos desnudos frotando nuestros cuerpos.

Me levanto y sin voltear empiezo a buscar en los muebles que están a mi alcance una pastilla, o algo que me calme, que saque a mi ennegrecida mente de los límites de mi cuerpo. -No vas a encontrar nada. -me dice. Tiré todo apenas llegué.-

Mi cuerpo es una pista de carrera para las gotas de transpiración. Debo tener los ojos abiertos de la desesperación, y huecos bajo los ojos en vez de ojeras. No quiero ni mirarla, sigo buscando de espaldas, completamente desnudo. Agarro el jean, busco en los bolsillos y saco un atado de puchos, lo reviso... Vacío. Me lo quedo mirando un largo rato, pensando en cómo son las drogas de crueles que cuando te quieren dar la espalda, te la dan, y te dejan solo y vacío; ninguna va a dejar de fallarte.

Tiro el atado abollado, y me siento en la cama, agarrándome la cabeza y triturando mis pelos entre los dedos. "Tomá", escucho, y sabiendo que si quiero el cigarrillo no me queda otra, volteo, y sin mirarla a los ojos le agradezco. Todo el tiempo siento su mirada examinándome, esperando que deje de lado mi cobardía y la mire. Eso está esperando, porque sabe que no puedo. Está bien que disfrute de esa superioridad que le regala las circunstancias, pienso. Está bien porque lo hace para que yo cambie, pero yo no soy menos que nadie. Levanto la mirada, con la cara derretida y masoquistamente la clavo en sus ojos rebosantes de desprecio y compasión. -¿Fuego?.

Me siento en la ventana con una pierna en el marco y la otra adentro, ya no quiero volver a mirarla, y menos hablarle. Tiene demasiada razón en todo como para intentarlo. Desde el otro extremo del departamento sigue mirándome. Me paro y voy hasta el equipo de música, pongo algo de blues, lo mejor para estas circunstancias. "There's three o' clock in the morning, and I can't even close my eyes". El cigarrillo ya se terminó, como también las excusas para no hablarle más. Demasiado llevo ya eludiéndola. 
Me acerco esquivando las sillas y el desorden, ella ya no me mira, está de espaldas, pero siente mi presencia. Su voz asoma entre sollozos, tibia y desgarradora:
-La primera vez que vine acá, cuando todavía era una nena, pusiste este mismo tema, ¿te acordás? -dice; "no, no me acuerdo", pienso, y antes de decirle que si, me interrumpe- No, qué te vas a acordar, ya no debés tener ni recuerdos. -Su llanto sigue contenido, con demasiado esfuerzo. Siento la necesidad de acariciarla, pero no lo hago. Ella se toma la cabeza, primero, y luego voltea a mirarme.- ¿Por qué, amor? -lamenta, y después de unos segundos, remata:- ¿Qué no te dí? -En ese momento, cuando sus ojos se funden en los míos, y la tristeza de lo que dice nos hace palpar la lija de la realidad, caigo de rodillas en el piso y la abrazo. Siento su mejilla rozar con la mía, mojándome con su dolor, y pronto mi mundo también se humedece.

Ya se fue, hace varias horas. Ella, sus lágrimas, y las mías. No quiso entender que puedo volver a ser el de antes, y francamente hasta yo lo dudo. Muchas drogas te hacen mal, porque siempre te terminan dando la espalda, pero la droga vuelve. El amor te da la espalda, y algo se rompe adentro, y no hay nueva dosis que te deje puesto. "No es como ésta".

Ya se terminó de calentar la cucharita de los sueños, esta vez más cargada que nunca, para un viaje de ida, y el proyectil filoso parece babearse. Una buena mordida al cinturón, y la aguja besa la vena, para no traerme nunca de regreso.

El televisor se apaga. El programa se termina. El cerebro se desconecta.

Caput.
Esteban M. Landucci (25/02/06)

22 de diciembre de 2011

(#92) Lluvia de verano

El agua besó tardía el cemento.
Tiempo ha que no me visitabas,
dijo la acera sometida al verano.
Había agotado tus vapores.

-Me han esclavizado los vientos.
Lleváronme errante a su antojo.
Pero he vuelto a tu rigidez,
que es la forma que añoraba.

-Me besas mejor que otrora.
Tus labios de poesía
hicieron barro en tierras foráneas
y orgías en las olas del mar.

Pero qué bien besas...

Traes un frío de otras latitudes,
ajenas a las urbes de concreto.
Y tus caricias apaciguan,
porque aun tienes pasión.

-Tú eres mi Macondo.
A nadie ame con tanta agua.
Déjame que me quede contigo
al menos cincuenta años.

Ábreme tus bocas de agua
para anegarte los sentidos.
Quiero ofrendarte charcos
para que reflejes las estrellas.

Doblegaré a los árboles
para que se rindan a tus pies
y ahuyentaré a los autos.
Solo yo te transitaré.

Estás tan sedienta...

-Ya he confiado en tus ardides,
estacionario amor veraniego,
y te has ido de juerga con el sol
dejándome pintado un arco iris.

-Quise ofrendarte una imagen
de lo que quisiera ser para ti.
Al soplarme de tus terrazas
ya no pude ni regar un jardín.

-La liquidez de tu omnipresencia
ya gotea un jazz en los techos.
Los amantes llenan la atmosfera
con mensajes de texto.

Podrías quedarte una semana,
aunque estemos en Enero.
Recuérdame el otoño aquel
que de tanto amor…

Me quedé a oscuras,
desborde mis costas.

Stefano, 22/12/11

13 de diciembre de 2011

(#91) Indivisibles

Cada uno de los dos
tiene otra vida.
Entonces podemos ser
cuatro en el mundo
dos en la ciudad
y uno en la piel.

Indivisibles.

El roto y la descocida,
el vinagre y las heridas.
Tales para cuales,
vos con tus valijas
y yo con lo puesto.

Vos haciendo de niña
y yo de hombre,
unidos por el espanto
y esa extraña alquimia
que nos sale tan fácil.

Sin querer ser del otro
más que de uno mismo.
Caos en equilibrio
superficie y abismo.

Cuatro en el mundo,
dos en la ciudad,
uno en la piel.

Indivisibles.

Stefano 12 de diciembre de 2011